EL PORQUE DEL CONCILIO DE TRENTO
Manuel Jesús Rodríguez Mora
El
Concilio de Trento hay que englobarlo dentro de un contexto histórico de
profundos cambios sociales, políticos y religiosos. A principios del siglo XVI,
existía un clamor general para que se acometieran profundas reformas en la
Iglesia Católica. Se pretendía poner fin a los abusos y el perfeccionamiento de
la vida cristiana por medio de la vuelta a una doctrina primitiva. Tales abusos
morales y eclesiales comenzaban en las parroquias rurales donde el clero
carecía de preparación suficiente para adoctrinar a sus feligreses, no siendo
capaz de atender sus inquietudes espirituales más profundas. Su función se
limitaba a la administración de una serie de ritos. Muchos regulares no seguían
las reglas de sus órdenes faltando a la vida comunitaria de pobreza, obediencia
y castidad. En lo que respecta a los obispos, muchos de ellos se ausentaban de
las diócesis a su cargo, centrando sus esfuerzos en acumular riquezas, e inmiscuyéndose
en luchas políticas. Y de todo esto no se salvaba ni el propio Papa, cuya
figura había perdido toda autoridad, y se encontraba frecuentemente inmerso en
escándalos de todo tipo. Estos estaban más preocupados por la defensa de sus
estados y por las bellas artes, que por las cuestiones meramente religiosas.
La
sociedad reclamaba una religiosidad más auténtica. La piedad popular bajo
medieval exageraba hasta el extremo los sentimientos de culpabilidad ante el
pecado, de indefensión ante el demonio y el mal, y de temor ante la inflexible
justicia de Dios. El miedo, conjurado con ritos cristianos pero vividos, desde
una religiosidad natural, daba lugar a
comportamientos más paganos que evangélicos.
La
excitabilidad ante ciertos profetismos apocalípticos, visiones y milagros: las
manifestaciones trágicas de piedad (Vía Crucis, Crucifijos); el temor al
Purgatorio y al Infierno que pretendían evitar con una devoción desordenada a
todo tipo de reliquias, con la intercesión especializada de los santos,
mediante indulgencias y ritos penitenciales (procesiones y romerías), todo ello
favorecía los abusos. Aprovechando esta demanda popular de seguridad
espiritual, se establecieron negocios ilícitos, por ejemplo, indulgencias, y
actitudes supersticiosas. Los humanistas pondrían el grito en el cielo ante
todas estas prácticas de religiosidad popular.
En
ciertos ambientes urbanos, la burguesía culta y acomodada arraigo la “devotio
moderna”. Ciertas instituciones religiosas, contribuyeron a difundir una piedad
más directa y comunitaria, la cual no estaba subordinada a mediaciones
eclesiales y moldes litúrgicos. Todo giraba entorno a la figura de Cristo, era
optimista en cuanto a las posibilidades del hombre en el mundo, y se apoyaba en
la lectura de la Biblia y de libros de piedad. El desarrollo de la imprenta
facilitó la difusión de la Biblia, tanto en lengua latina como en lengua
vernácula.
Las
propuestas de personajes como Lutero se realizaron porque cuajaron en un medio
social y político que se intereso por sus aplicaciones prácticas. El desarrollo
alcanzado en esta época por las nuevas fuerzas económicas (capitalismo) y
sociales (burguesía), determinaron cambios en el orden ideológico (religión).
Además
de Lutero, surgieron otros reformadores como Zwinglio y Calvino, que pretendían
realizar cambios, ya que consideraban que era necesario volver a la auténtica
enseñanza de Jesucristo, y rectificar ciertos errores cometidos por el papado,
que había ido realizando cambios que nada tenían que ver con el evangelio.
La
implantación de la Reforma en un territorio conllevaba cambios de poder y
riquezas. La supresión de ordenes religiosas (conventos y monasterios), que
acompañaba a la reforma, supuso un trasvase de muchos bienes y rentas, que
pasaron a ser gestionados por otras manos. No es de extrañar que príncipes y
nobles, pretendieran enriquecerse y, de paso, aumentar su poder controlando la
nueva iglesia. El patriciado urbano adquirió el control de las antiguas
instituciones asistenciales y educativas de iniciativa privada. El poder de las
autoridades seculares sobre las diversas iglesias aumento, aunque de formas
distintas en el ámbito católico y protestante.
Todas
estas causas llevaron a que se clamara con urgencia por la celebración de un
concilio que sanara los males de la Iglesia Católica. La actitud de la
potencias de la época era ambigua: Francisco I no mostró mucho interés, Enrique
VIII entro en conflicto con el Pontificado, los protestantes sólo aceptaban un
concilio que no estuviera dominado por el Papa. Únicamente Carlos V, fue el
único que incitó que a su celebración, dado que los movimientos protestantes
estaban poniendo en peligro la unidad su imperio y de la cristiandad, de la que
se había declarado defensor. Tras algunos intentos fallidos por celebrar ese tan deseado concilio, al fin
Paulo III se decidió a convocar el XIX concilió ecuménico en 1542, aunque las
circunstancias políticas retrasaron su reapertura hasta 1545. Concretamente el
13 de diciembre de 1545 en la ciudad de Trento, ciudad del imperio pero en la
vertiente latina de los Alpes, comenzaron las sesiones de trabajo del que sería
el concilio de más importante calado de la Iglesia Católica.
Este
se llevaría acabo durante tres fases discontinuas, bajo tres pontificados
distintos:
· Paulo
III (1545-1549)
· Julio
III (1551-1552)
· Pío
IV (1562-1563)
Este
concilio llevaría a una reafirmación de la doctrina seguidas por la Iglesia
Católica frente a los movimientos protestantes, y propicio cambios en cuanto a
su organización interna. El concilio abarcó una gran variedad de temas
relacionados con las cuestiones doctrinales y la reforma eclesiástica. Las
decisiones más importantes a la que se llegó, fueron las siguientes:
1.
Se determinó a las Sagradas Escrituras como fuente
principal, pero interpretada en concordancia con el magisterio de la Iglesia y
con la tradición. Se ratifica la versión latina de la Biblia según San
Jerónimo, la “Vulgata”, aunque se impulse una edición corregida.
2.
La gracia es concebida libremente por Dios, pero el
hombre no es sujeto pasivo, y debe cooperar su salvación con obras.
3.
Los sacramentos son siete, son signos de Cristo y no
de la Iglesia, y otorga la gracia en si mismos, no según la fe de quien los
recibe. La Eucaristía fue exaltada, como renovación del sacrificio de Cristo,
como presencia real de su cuerpo y sangre.
4.
El obispo debía ser un hombre de ciencia, canonista
o teólogo, para servir como maestro y pastor de la iglesia local. Esto le
obligaba a residir en su diócesis, a visitarla constantemente, a predicar y
enseñar, a promover la formación intelectual y moral del clero, y a introducir
las reformas mediante concilios provinciales y sínodos diocesanos.
5.
En cuanto al clero secular, se reafirma el celibato
obligatorio, se dignifica el aspecto exterior (tonsura y vestiduras que los distingan)
y se le encomienda como colaborador del obispo, la cura pastoral en parroquias.
El párroco enseñara las oraciones y la doctrina en la predicación dominical y
en la catequesis de los niños; controlara la administración de los sacramentos
mediante registros parroquiales, y vigilará el cumplimiento de los mandamientos
de la Iglesia (confesión y comunión anual). Para ello debería recibir una
educación moral e intelectual: el Concilio determinó que se establecieran
seminarios en cada diócesis.
6.
Se impulsaron las cofradías populares devocionales
centradas en el rezo del rosario, la caridad con los enfermos, la oración con
los difuntos, la celebración de los misterios y las fiestas de fe como las de
la Semana Santa etc. Las procesiones se convirtieron en reafirmaciones
colectivas y públicas de fe: la devoción a la Virgen y a los santos y, sobre
todo, del sacramento de la eucaristía en
el Corpus Christi. El reconocimiento de ciertos milagros, y muy especialmente,
la canonización de nuevos santos, supervisada desde Roma, animo a la fe del
pueblo, al que se instruyo mediante la catequesis. Los templos católicos se
llenaron de crucifijos, vírgenes y santos, expresiones de la devoción popular.
Las vestiduras y los vasos e instrumentos litúrgicos se renovaron, enriquecidos
con oro, plato, sedras y pedrería, signo de magnificencia de los sacramentos.
También se cuido la excelencia de la música sacra, la polifonía coral y el
órgano, pero como espectáculo sin participación popular.
7.
La Biblia permaneció inaccesible al pueblo llano: la
liturgia se realizaba en latín, y sólo la mediación del clero en los sermones
la acercaba.
La
aplicación de las decisiones tomadas en el Concilio de Trento en los distintos
territorios de la Europa Católica, se realizó según las distintas
circunstancias nacionales. Felipe II aceptó los decretos tridentinos pero sin
perjuicio de los derechos reales; utilizó los recursos del patronato regio
sobre el episcopado par supervisar su aplicación en los concilios provinciales
y sínodos diocesanos. Las guerras religiosas impidieron su aceptación formal en
Francia, aunque se admitieron como un acuerdo de la Junta del clero en
1615. En el Imperio, las reformas se
aplicaron tarde, a principios del siglo XVII, más por el apoyo personal de los
príncipes de Baviera y de Austria. Pero fueron los grandes pontífices posconcilio
quienes hicieron de Roma, la cabeza de la catolicidad y no solo la sede del
papado. Allí enseñaron los mejores teólogos, se fundaron seminarios específicos
para los países de la recatolización. Los nuncios, además de representantes
diplomáticos, impulsaron las reformas y la administración eclesiástica en los
distintos países. Los obispos fueron obligados a informar en Roma sobre la vida
eclesiástica de sus diócesis en periódicas visitas. En 1588 se crearon 15
congregaciones permanentes, con competencias definidas, nueve de ellas para el
gobierno de la Iglesia universal (Inquisición, Concilio, Obispos…) con lo que se reforzaba el control romano.
El
Concilio Trento supuso un antes y un después en la Iglesia Católica. A pesar de
haber fracasado en su intento de aunar a la cristiandad bajo un mismo
estandarte, consiguió la reafirmación de su posición en los territorios que les
permanecieron fieles. Cierto es que los diversos movimientos protestante,
arrancarían del control del papado grandes territorios de Europa, y que no se
volverían a recuperar ni tan si quiera con las fuerzas de las armas, ya que las
guerras de religión asolarían Europa durante todo el siglo XVI y no tendrían
fin hasta la mitad del siglo siguiente. El mundo cristiano quedaría
irremediablemente dividido, y todo el territorio perdido se intentaría
compensar meditante la evangelización del Nuevo Mundo, por medio de misioneros
que proporcionaron al mundo católico nuevas almas que albergar en su seno., El
Concilio sirvió para marcar las señas de identidad de la Iglesia Católica y le
indicó un camino a seguir, el cual ha perdurado hasta nuestros días.
Bibliografía
FLORISTAN,
A. (2002): Historia Moderna Universal, Barcelona.
DOMINQUEZ
ORTÍZ, A. (1989): Historia Moderna
Universal, Barcelona
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POBRES Y MARGINADOS EN LA EDAD MODERNA
Aguas Santas Barrada Rodríguez
Los pobres
El en Antiguo Régimen el tema de la
pobreza va en función del estatus social del individuo y de sus recursos
económicos. Por tanto, podemos encontrar a gente que perteneciendo al estamento
privilegiado, como por ejemplo un hidalgo, son tratados como miembros del
tercer estado. Concretar la categoría de pobre parece bastante complicado
porque exceptuando la élite política económica y social, el resto de grupos
sociales podía caer en la pobreza.
Hay que tener en cuenta que la base
económica del Antiguo Régimen era la agricultura y que esta se hallaba sujeta a
los fenómenos climatológicos y muchas veces
por sequía o por demasiadas lluvias se perdían las cosechas y eran más pobre, con lo cual se pasaba hambre y penurias, ya que no había
una producción sostenida. La agricultura tenía también otros enemigos como eran
las plagas y entre ellas la plaga de langosta que eran bastantes habituales. Por
eso, quizá el pobre estaba integrado en la sociedad, porque cualquiera podía
ser pobre y eran respetados por la Iglesia y por los demás individuos de la
sociedad. El pobre era aceptado socialmente, además tenía una función social,
ya que a cambio de una limosna rezaba por el alma del que se la diera.
Hay que señalar que el ejercicio de la
mendicidad encontró un clima propicio durante
los siglos XVI-XVII, ya que la comunidad
franciscana fomentó la práctica de dar limosnas, indicando que no era necesario
comprobar si realmente el que practicaba la mendicidad lo necesitaba
verdaderamente. Otro elemento que influyó mucho en la práctica de la mendicidad
fueron los conventos que ofrecían una alimentación diaria a todo aquél que lo
necesitaba, era lo que se llamaba “la sopa boba”. Todo esto favorecía el
ejercicio de la mendicidad, las Cortes y municipios lo criticaban, ya que en
vez de beneficiar, el dar limosnas de forma indiscriminada por los
franciscanos, perjudicaba a la sociedad.
Las políticas de los ilustrados
trataron de controlar la mendicidad como profesión y a los vagos ya que vieron que cada vez
aumentaba más el número de mendigos y el de gente que vivía de la “sopa boba”.
Para ello elaboraron una abundante normativa para los vagos y los
llamados mal entretenidos, además de esta normativa, crearon instrumentos para
hacer más efectiva la persecución de la vagancia: crearon los “hospicios carcelarios” donde recogían a
estos pobres privándolos de libertad. También como fruto de la persecución de
los vagos se efectuaron levas para que trabajaran en el ejército o bien
reparando barcos.
La mendicidad creció mucho en el siglo XVI debido también al éxodo rural, ya que esta
gente que venía del campo muchas veces no encontraba trabajo y pasaban
verdaderas penurias.
Los delincuentes o presos
El incumplimiento de la justicia no afectaba por igual a todos los
delincuentes ya que el sistema judicial del A. Régimen estaba creado para los grupos sociales
populares que generalmente hacían pequeños delitos, por los que eran castigados
con duras penas, un ejemplo de ello era
la pena de galera que podía llevar al sentenciado hasta la muerte. Sin embargo,
cuando estos delitos eran realizados por los nobles, no eran castigados de la
misma forma, y en el caso, por ejemplo de un homicidio, cuando el
fallecido era de estrato más bajo el
castigo o pena que debía de cumplir el noble era más bien simbólico. En muchos
casos, los miembros de los grupos sociales populares eran enviados a galeras,
ya que la Armada Española estaba en el Mediterráneo enfrentada con los
musulmanes y piratas del norte de África y necesitaban de remeros. Los que no
iban a galera se enviaban a prisiones del norte de áfrica, prisiones que eran
mucho más duras que las cárceles nacionales, aunque en la península también
pasaban por situaciones de verdadera necesidad, ya que el propio hecho de
ingresar en prisión suponía la pobreza de sus familias que dejaban de obtener
el sueldo del que estaba preso. Por todo
esto, estos presos no recibían ayuda alimenticia de sus familiares y la única
ayuda que recibirán sería la caridad humana. Había algunos patronatos píos que
dedicaban parte de sus rentas a “la caridad de los pobres de la cárcel”, y así
precisamente se llamarán estos patronatos.
Los cautivos
Otro grupo de presos, y por tanto de marginados, lo representaban los cautivos cristianos que
fueron consecuencia del estado de guerra existente en el Antiguo Régimen entre
España y los países musulmanes, ahí incluimos también a los turcos (reinado
Felipe I, Felipe II) y también se incluyen los conflictos que se tenían con los
musulmanes o berberiscos del norte de
África , desde donde se acostumbraba a
abordar a las embarcaciones españolas (argelinos, marroquíes, etc.) y fueron
denominados por la administración española
como piratas. Estos piratas solían pedir un rescate por los cautivos y
muchas veces actuaban promovidos por el propio Estado. Pero ese problema no se
limitaba al abordaje de las embarcaciones, sino que estos piratas también se
dedicaron a hacer incursiones por la costa levantina y andaluza y cogían cautivos. Muchas veces
arrasaron pueblos enteros como es el caso de San Miguel de Arcas de Buey (Huelva).
Todo esto generó una gran inseguridad
en estas zonas costeras y por eso, tanto
Felipe II como su hijo Felipe III, construyeron una línea defensiva de torres
de almenaras a lo largo de toda la costa andaluza y levantina. Estos cautivos
que eran llevados al Norte de África pasaban muchas necesidades hasta ser
redimidos, los piratas pedían rescates por ellos y hubo órdenes religiosas que se trasladaron hasta allí y practicaban
la caridad con estos cautivos hasta que fueron rescatados. Estos frailes
proporcionaban alimentos a los cautivos y
los familiares eran quienes se ocupaban de su rescate si disponían de dinero y en caso contrario eran ayudados por estas
órdenes religiosas que recaudaban fondos para el rescate. Las dos órdenes
religiosas más especializadas en estos temas fueron los trinitarios y los
mercedarios, por eso, no es extraño que
en los lugares de costa haya conventos de estas órdenes. También es curioso que
en algunos casos hubo españoles que se convirtieron en piratas, aunque esto no
fue generalizado, sino casos excepcionales.
Los esclavos
Los esclavos formaban parte de un
grupo humano donde la marginación era más evidente, ya que era una marginación
jurídica y además una marginación por su dureza de vida, maltrato, etc. En la
Península Ibérica había una nutrida presencia de esclavos desde la Edad Media, pero esto no
era nuevo, ya que desde la Antigüedad existía la esclavitud. En la Edad Moderna,
España continuará teniendo esclavos, aunque en otros países de Europa
desaparecen antes, a excepción del reino de Portugal. Desde el siglo XV se
advierte en España un comercio de esclavos, sobre todo con la zona del norte de
áfrica y a ello se dedicaban marinos del Puerto de Santa María (Cádiz), Palos
(Huelva), etc., es decir, la Baja Andalucía que comerciaban con Guinea (Noreste
de África), ya que eran marineros conocían bien la navegación por el Atlántico,
al igual que los portugueses. Ambos contingentes (portugueses y españoles)
comerciaban con esclavos y también con otros productos como el oro o las
especias.
A comienzos del siglo XVI existían dos ciudades peninsulares que
tuvieron primacía del control del comercio de esclavos: Lisboa en el Atlántico
y Valencia en el Mediterráneo. El
comercio de Valencia fue disminuyendo a finales del XVI y cogerá el relevo la Baja Andalucía: hacia
el 1600 había en la Península 50.000 esclavos y 30.000 estaban en Andalucía.
Las fuentes de aprovisionamiento de esclavos eran dos: la raza
blanca, que eran los turcos y berberiscos, cogidos como esclavos a través de
las guerras y expediciones que se hacían en África y los esclavos de raza negra,
que procedían de la primera generación del comercio que se llevaba a efecto con
la África Negra. La fuente teórica de aprovisionamiento era la guerra, pero
muchos esclavos que se cogían en África se compraban a los jefes de las tribus.
Con posterioridad, los esclavos eran aquellos que descendían de esos primeros
esclavos que se compraron, eran la segunda, tercera o cuarta generación, hijos
de madres esclavas que habían nacido en tierras hispanas, pero que pasaban
también a ser esclavos, aunque con el paso del tiempo ese niño fuera rubio y
con ojos claros. En los siglos XVII y XVIII, la esclavitud será por herencia. La
libertad se podía dar a través del testamento o la carta de Ahorría.
Los gitanos
Finalmente, los gitanos formaban otro grupo de marginados,
aunque se podría hablar más bien de
auto-marginación ya que según Domínguez Ortiz los gitanos se auto-marginaban por decisión propia. Este
grupo no tenía voluntad de integrarse en la sociedad y era un grupo diferente
dentro de la sociedad moderna. Según las fuentes documentales, en España
existen gitanos desde el siglo XV con Enrique IV, aunque esto no quiere decir
que no existieran antes.
La presencia de los gitanos en Castilla suscitará reacciones en la
población: unos verán a este grupo diferente por sus costumbres y cultura;
otros castellanos y españoles sentirán cierta aversión hacia la comunidad
gitana.
Encontramos que algunos literatos escribirán sobre la vida de los
gitanos con cierta simpatía ya que llevaban una vida bohemia y esto los
asemejaba de alguna forma a los escritores de la época, como eran: Cervantes,
López de Rueda, etc.
Como resultado de este rechazo, la legislación también se mostró
dura con el colectivo gitano y se llevó a efecto una pragmática en 1499 que
trató con dureza a la población gitana, ya que se pretendía integrarlos en la
sociedad. Hay que tener en cuenta que estamos en la época de la expulsión de
los judíos y esta pragmática está en la línea de la uniformidad religiosa y
étnica que se pretendía en el momento. En la pragmática se exige a los gitanos
que:
·
Abandonen su vida
errante y de vagabundos y a quien no lo haga se le impondrá diferentes penas.
·
Se les obliga a
tener una profesión y una vecindad (vecinos de un lugar, es decir, que vivan en
un sitio fijo).
·
Se les prohíbe
utilizar sus vestimentas y la lengua gitana.
·
Además se les
pide que hagan vida en común con el resto de la sociedad, de ahí la opinión de
Domínguez Ortiz, que eran los propios gitanos los que se auto-marginaban.
La pragmática de 1499 y otras
posteriores no dieron resultados, ya que los gitanos siguieron realizando
actividades propias de su raza, como era el comercio con caballos (tratantes de
caballos) y otros oficios relacionados como era el de esquilador. Este tipo de
negocios lo han seguido manteniendo los gitanos hasta los años 60 del siglo XX.
Bibliografía
CASEY, J.
(2001): España en la Edad Moderna: una
historia social, Madrid.
DOMÍNGUEZ
ORTIZ, A. (1989): Crisis y decadencia en
la España de los Austrias, Barcelona.
MARCOS MARTÍN,
A. (1985): Economía, Sociedad, Pobreza en
Castilla: Palencia, 1500-1814, Palencia.
MARCOS MARTÍN,
A. (2000): España en los siglos XVI, XVII
y XVIII. Economía y Sociedad, Barcelona
Recursos electrónicos
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LA PARTICIPACIÓN ANDALUZA EN EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA
Noemí Raposo Gutiérrez
En
el descubrimiento, explotación y posterior conquista y colonización de las
Indias occidentales no es casualidad que las expediciones partieran de la costa
Atlántica de Andalucía. Por razones obvias, Andalucía era la región
predestinada para protagonizar el primer encuentro entre ambas orillas del
Océano Atlántico.
Andalucía
es a la vez Mediterránea y Atlántica y su carácter Atlántico resalta mucho en
la época del descubrimiento. Esta zona estaba constituida por los tres reinos
cristianos, Sevilla, Córdoba y Jaén. La conquista del Reino de Granada fue
larga y laboriosa de manera que sólo en fechas tardías se configuró a Andalucía
en sus dimensiones actuales.
Esa
Andalucía baja, Bética o Atlántica estaba orientada hacia el océano con dos
comarcas litorales de intensa vitalidad, al Oeste la correspondiente entre
Palos y Ayamonte y al Este el litoral gaditano desde Sanlucar de Barrameda
hasta Gibraltar.
Las
actividades de este litoral se centraban en el aprovechamiento de su riqueza
pesquera y el tráfico mercantil, encabezado por Sevilla y la bahía gaditana,
mientras que los marineros de la villa del litoral onubense (Palos, Huelva,
Moguer, Lepe, Gibraleón) bien alistados en los negocios de la mar, tripulantes
desde siempre en pequeñas embarcaciones que se internaban en el Atlántico,
llegaban hasta las costas de Guinea, pero no sólo realizaban incursiones a África,
sino también a Las Canarias.
En
estas circunstancias encontramos a los marinos del descubrimiento y de la
Carrera de Indias. Para ello fue imprescindible la misión de Las Canarias, que
sirvió para dotar de ese espacio marítimo de la amplitud necesaria frente a los
esfuerzos de los portugueses por controlar la ruta del Atlántico.
La
excepcional ubicación de la costa andaluza desde Gibraltar hasta Ayamonte,
respecto al aprovechamiento de vientos y corrientes fue otra de las razones que
hizo a los puertos andaluces eje vital de la acción descubridora y posteriormente
de toda la actividad comercial de la Carrera de Indias.
La
posición de Las Canarias fue fundamental como punto de partida, ya que ahí repostaban
todas las naves que iban a las Indias. El viaje hacia América en las mejores
condiciones podría tardar más o menos un mes y medio, pero el regreso podría
ser más largo, porque habría que buscar latitudes más septentrionales hasta
lograr vientos favorables.
Ahora
bien, de nada hubiera servido el conocer los vientos, las corrientes y la
experiencia de los marineros de la baja Andalucía, sin la existencia de una
infraestructura adecuada de producción, sobre todo, agrícola, de comunicaciones
y financiera.
A
las puertas del descubrimiento, Andalucía era una región próspera y bien
capacitada para desempeñar el papel de la gran protagonista. Buena prueba de
ello, lo encontramos en sus magníficas construcciones señoriales, su activo
comercio, su cosmopolitismo destacando la presencia de familias flamencas e
italianas y entre estos especialmente genoveses, los Beraldi, Centuriones,
Vivaldi y Espínola, muchos de los cuales participaron en las empresas
descubridoras o del tráfico atlántico, y es que en Andalucía se respiraba ya
por estos años los vientos del precapitalismo, gracias a su temprana red
bancaria.
En
la primavera de 1485 llegó a Andalucía un curioso personaje, que decía poseer
un gran secreto, era Cristóbal Colón, un italiano, seguramente genovés, que
después de ser rechazado en la corte de Juan II de Portugal decidió tomar
fortuna en la de los reyes castellanos, buscando el apoyo necesario para
emprender lo que él mismo llamaba “la empresa de las Indias”.
Este
misterioso personaje se veía retratado por sus contemporáneos como un hombre
bien formado, de mediana estatura, cara larga, las mejillas un poco altas,
nariz aguileña, ojos grises, en su mocedad tuvo el cabello rubio, pero a los 30
años ya lo tenía blanco.
Gonzalo
Fernández de Oviedo también lo conoció y nos ha dejado una descripción
diciendo: “era un hombre de buena estatura y apariencia, más alto de lo común,
con fuertes miembros, vivaz en los ojos, de cabello rojo y cara rojiza, y
elegante en el discurso”.
Colón
en compañía de su hijo Diego abandona Portugal y se dirige a Andalucía. Uno de
los primeros lugares visitados fue Huelva, para dejar a su hijo con sus concuñados,
los Muliart. Luego tal vez, visitó la villa marinera de Palos de la Frontera
para recabar información a los monjes franciscanos de la Rábida, que tan
informados estaban de la expansión por el Atlántico. Allí se entrevistó con importantes
personajes como fray Juan Pérez, fray Antonio de Marchena, etc.
Otro
de los lugares visitados para poner en marcha su proyecto fue Sevilla, allí
entró en contacto con los Beraldi, Centuriones, Espínola, Vivaldi, etc. Además,
también buscó apoyo en dos casas andaluzas importantes: Medinaceli y
Medina-Sidonia.
Los
Reyes Católicos reciben en audiencia a Colón el 20 de enero de 1486, expone su
proyecto ante una junta de expertos, pero es rechazado y Colón se marcha, no
sin antes conocer en Córdoba a la que será su segunda mujer, Beatriz Enríquez
de Arana, la cual le dará a su segundo hijo, Hernando Colón.
Colón
se instala definitivamente en la villa gaditana del puerto de Santa María y
para sobrevivir se dedica a vender libros manuscritos, además de una renta que
la Reina le concedió anualmente.
Finalmente,
los Reyes Católicos le conceden una nueva audiencia en Granada donde gracias a
Luis de Santángel consigue aprobarse el proyecto, y se firman el 17 de abril de
1492 las Capitulaciones de Santa Fe. A partir de aquí, Colón vuelve a Palos
donde empieza a preparar todo para el viaje.
Taviani
nos relata el escenario palermo antes del descubrimiento como un municipio con
unos 600 habitantes, situado en la desembocadura del río Tinto, eran gentes
sencillas que vivían de la mar. Huelva, Palos y Moguer formaban una ofensiva
común contra los piratas berberiscos.
Palos
fue elegido por Colón como lugar de salida, ya que Cádiz no podía ser, porque
por ahí se estaban expulsando a los judíos. Entonces, una parte de la villa de Palos
tuvo que ser comprada por los Reyes, para convertirla en una villa de realengo,
porque si no era así la expedición no podría realizarse en Palos, por lo tanto
los Reyes compraron al duque de Medina-Sidonia la parte del puerto de Palos por
16.400.000 maravedíes.
Los
frailes franciscanos aportaron gran ayuda a Colón, consiguiéndole dos
carabelas, la Pinta y la Niña y una nao la Santa María, pero fue difícil
reclutar a la población, y fue gracias a Martín Alonso Pinzón, que se consiguió
reclutar a la tripulación, por lo que se convierte en un personaje clave en el
descubrimiento.
En
este viaje fueron miembros conocidos en esta villa como Vicente Yáñez Pinzón,
Francisco Martín Pinzón, Juan Niño, Alonso Niño y algunos presos que obtuvieron
permiso real, Bartolomé Torres y tres amigos suyos.
El
viaje fue financiado por los Reyes Católicos, los Pinzones y los Beraldi, y la
expedición ascendió 2.000.000 de maravedíes.
El
tres de agosto salió la expedición de la Isla de saltés y el 11 de octubre Juan
Rodríguez Bermejo, marinero de Lepe, gritó “TIERRA”, al que se le ha designado
erróneamente el nombre de Rodrigo de Triana. El 15 de marzo estaban de vuelta
en Palos donde se les recibió con gran entusiasmo.
Fuente
Conferencia sobre: “El descubrimiento y la
plataforma andaluza”, IV Jornadas de
Historia sobre el Descubrimiento, celebradas en Palos de la Frontera,
Huelva los días 28 y 29 de marzo de 2008.
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LA MUJER INDÍGENA DURANTE EL COLONIALISMO HISPÁNICO Y LA DESTRUCCIÓN DE LAS INDIAS
Juan Antonio González
González
Hoy
hablaremos sobre la mujer indígena durante el colonialismo hispánico,
basándonos en el artículo de Ann Twinam y en segundo lugar trataremos algunos
factores que contribuyeron a la destrucción de las Indias, siguiendo el estudio
de Irene Silverblatt.
Es
interesantísimo adentrarse en el organigrama social durante el colonialismo
hispánico; en el que el valor imperante en la élite social era sin duda el
honor y la reputación que intentaban mantener de cara al público tanto las
mujeres como los hombres de alcurnia. Los mecanismos que llevaron a cabo éstas
élites para salvaguardar su estatus social son verdaderamente impresionantes de
analizar, y de entre todos los secretos y ocultamientos que cubrían el tejido
social durante esta época, lo que ha
llamado poderosamente mi atención es lo anquilosada y cerrada que llegaban a
mostrarse las familias nobiliarias para defender la reputación de una hija o
cualquier pariente frente a la hostilidad de la sociedad hispano-americana. A
raíz de esto la autora, nos adentra en dos mundos totalmente diferentes, que es
la imagen que daba una persona de cara al público y la que realmente tenía la
mostraba en su círculo privado, para evitar el deshonor social. Ann Twinam, nos
ilustra con dos grandes casos de mujeres de alcurnia que mantuvieron relaciones
sexuales fuera del matrimonio (una por no estar casada y la otra por ser
viuda), ambas quedaron embarazadas y dieron a luz a dos hijas ilegítimas. Una
situación como ésta, en una sociedad en la que la norma mandaba
castidad y continencia a todas las mujeres no casadas, era un auténtico peligro
que hacía tambalear la condición social no sólo de la mujer sino de toda su
familia y lo más grave, desde mi punto de vista, era que se trasmitía durante generaciones.
Ante
semejantes consecuencias, no me extraña que se generasen mecanismos tan férreos
para defenderse. Por otra parte, me
parece sumamente interesante la relación tan fuerte e íntima que mantenían los
sirvientes plebeyos con sus señores, hasta tal punto, que nuestra autora nos
dice lo siguiente:
“Los
plebeyos relacionados podían ser parte también de tales conexiones privadas.
Por lo general eran sirvientes o empleados que vivían con la familia y conocían
sus secretos. Ya sea por afecto o lealtad o por miedo de represalias si
filtraban información escandalosa, estos plebeyos también mantenían la división
privado/público”[1].
Tras
leer por primera vez este fragmento, una
persona no versada en esta materia, como
es mi caso, lo primero que piensa es que esos sirvientes podrían chantajear a
sus señores para conseguir sus propios fines. No obstante, ese pensamiento es
una forma muy simple y reduccionista de ver estos acontecimientos. Todo es
mucho más complejo y creo que un plebeyo/a
al servicio de una gran familia era un auténtico privilegiado, más
cuando en la América colonial imperaba una desigualdad socio-racial extrema, en
la que “la presencia física de un bebé
de origen desconocido se aliaba a las ambigüedades generales de raza y clase”[2].
Los empleados, estaban en cierto modo respaldados por esas familias, por lo que
ellos tenían la obligación de proteger esa información que se ocultaba al
público. No obstante, cabe pensar, que de la multitud de casos que se dieron en
la época colonial, habría algunos sirvientes que filtrasen información.
Por otra
parte, también es muy interesante el contraste que existe entre la imagen
público/privado de las familias de alcurnia y las familias de clases bajas. Estas
últimas, al carecer de ese ideario honorifico de los nobles, no tenían por qué
soportar el yugo de perderlo; pero esto no quiere decir que estas clases no
tuvieran sus propios mecanismos para ocultar sus acciones frente a la sociedad.
El texto
me ha trasmitido la sensación, de que las familias plebeyas fueron un auténtico
colchón en la que se ampararon las familias de alcurnia para salvaguardar su
estatus. Por ello, la autora dice que “tanto los casos mexicano y peruano ponen
de manifiesto que el concepto de público y privado formaban parte de la
mentalidad de la plebe como de la élite”[3].
No obstante, aún mantengo la duda sobre qué intereses pedirían esas familias
plebeyas, que se hacían cargo de un bebé ilegítimo entregado por una familia
nobiliaria. Pienso que si la autora no se ha detenido en ese punto, será porque
el silencio en las fuentes es mucho mayor.
Veamos ahora algunos factores que
contribuyeron a la destrucción de las Indias, analizando el trabajo de Irene
Silverblatt.
Es un texto bastante duro, en el que se nos
muestra la destrucción de toda una civilización, de una tradición cultural, de
unas creencias de un pueblo y la depravación de todo el sistema establecido
antes de la conquista de los españoles. A lo largo de todo el texto,
Silverblatt va contrastando el modo de producción indígena con el impuesto por
los españoles, incidiendo sobre todo en la mujer. Según nos cuenta, la
explotación llegó a ser extrema, incluyendo a mujeres, niños y ancianos. El
regreso de Quetzalcóatl se había hecho realidad y las
Indias estaban evocadas a la destrucción.
Por otra parte, el sistema de explotación
impuesto por los españoles llevaba a los indígenas a callejones sin salida, en
los que se veían obligados a contribuir ellos mismos a la degeneración de su
propio pueblo. La autora pone dos ejemplos magníficos; el primero es que los
hombres indígenas ante la imposibilidad de pagar los tributos, debido a que sus
tierras no producían lo suficiente, querían abolir la ley andina que daba a la mujer
el derecho autónomo sobre la tierra[4].
El segundo es la depravación a la que estuvo sometida la mujer indígena en
época colonial, llegando a convertirse en extrañas y en parias para sus propias
comunidades. Al depender de los españoles y de sus colaboradores, la mayor
parte de ellas no tuvo otra opción que participar en su propia degradación[5].
Esto son dos ejemplos de la multitud con la que nos ilustra la autora sobre la
destrucción de las Indias.
La explotación de los indígenas en época
colonial, es un tema que los investigadores han enfocado de multitud de
perspectivas, si bien Spalding señaló que el campesinado indígena percibió al
régimen tributario hispano como doblemente explotador, en comparación con el
sistema andino anterior a la conquista[6];
investigadores como Jesús María Añoveros analizan la explotación indígena desde
el punto de vista eurocentrista, diciendo frases como:
“[…] los
beneficios materiales de la metrópoli no
fueron tantos como se suele pensar y que los beneficios materiales sembrados en
América fueron muchos más de los que pudiéramos imaginarnos”[7].
Personalmente,
no estoy de acuerdo con este tipo de enfoque y en contraposición me quedo con
frases como la de un español del siglo XVI que observó la cruda realidad y
dijo: “No es plata lo que se lleva a España, sino el sudor y la sangre de los
Indios”[8].
No
obstante, también es necesario contar
con diversas perspectivas para comprender mejor lo que pudo ser la vida en la
América colonial.
Por otra
parte, la situación en la que se encontraba la mujer indígena en aquel tiempo
era inhumana y sabemos muy bien de ello, gracias a Guamán Poma de Ayala quien
fue un testigo directo de los acontecimientos y creo que los historiadores
debemos mucho a esta figura y a su obra.
En
conclusión, el texto creo que se ciñe muy bien al régimen de explotación indígena colonial. Silverblatt, al igual que
Ann Twinam, es una gran profesional que
analiza, compara e interpreta los diferentes acontecimientos históricos
de forma empírica y rigurosa.
Bibliografía
GARCÍA
AÑOVEROS, J. Mª. (1982): “La Fuerza de
Trabajo del Indígena Americano en las épocas Prehispánica y Virreinal”, Quinto Centenario. América: Economías.
Sociedades, Mentalidades, vol. 3, Madrid,
pp 87-108.
TWINAM, A.
(2004): “Estrategias de resistencia: manipulación de los espacios privado y
público por mujeres latinoamericanas de la época colonial”, Las mujeres en la construcción de las sociedades latinoamericanas.
Madrid, pp. 251-269.
SILVERBLATT, I. (1993): “Mujeres
del Campesinado en el Alto Perú bajo el Dominio Español”, Mujeres invadidas. La sangre en la conquista de América, vol. 12,
Madrid, pp. 29-46.
[1] TWINAM, A. (2004): “Estrategias de resistencia: manipulación
de los espacios privado y público por mujeres latinoamericanas de la época
colonial”, Las mujeres en la construcción de las sociedades latinoamericanas.
Madrid, p. 257.
[4] SILVERBLATT, Irene. (1993): “Mujeres del Campesinado en el Alto Perú bajo el Dominio Español”,
Mujeres invadidas. La sangre en la
conquista de América, vol. 12, Madrid, p. 54.
[7] GARCÍA AÑOVEROS, Jesús María. (1982): “La Fuerza de Trabajo del Indígena Americano en las
épocas Prehispánica y Virreinal”, Quinto
Centenario. América: Economías. Sociedades, Mentalidades, vol. 3. Madrid, p. 104.
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LIBROS, LECTORES Y BIBLIOTECAS PRIVADAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII
Juan Antonio González González
El
comentario que me dispongo a realizar es del artículo: “Libros, lectores y bibliotecas privadas
en la España del siglo XVIII” elaborado por Inmaculada Arias de Saavedra
Alías, Catedrática de la Universidad de Granada y publicado en la Revista de
Historia Moderna que edita dicha universidad: Chronica Nova nº 35, (2009), pp. 15-61.
La
lectura del texto es tan apasionante como compleja y en él su autora analiza magistralmente
las formas de alfabetización; la expansión cultural mediante el libro y las
interesantísimas bibliotecas privadas de los personajes más importantes de
nuestro siglo XVIII. La escritura y los diferentes soportes que se han ido
sucediendo a lo largo de la Historia, marcan un antes y un después en la
evolución del ser humano; su importancia es tal, que consideramos el fenómeno
de la escritura como la bisagra que cierra la Prehistoria y abre paso a nuestra
Historia.
Avanzando
en el tiempo y ciñéndonos a nuestro texto, hay que decir que aunque el mundo
del libro y toda la cultura que lo rodea se inicia con la invención de la
imprenta en el siglo XV, no será hasta el siglo XVIII cuando este fenómeno
tenga un gran desarrollo en todos sus niveles. La industria del libro y todo el
tejido cultural durante el Antiguo Régimen dista mucho de la situación actual,
en la que cualquier persona interesada puede acceder a los libros mediante su
compra en diversos formatos incluido el digital, que abarata ostensiblemente su
precio; mediante préstamos bibliotecarios o también a través del intercambio
entre amigos. Este libre acceso a la cultura, del cual disfrutamos, estaba
bastante reducido durante el setecientos, principalmente porque la industria
del libro en nuestro país, se encontraba todavía en un estado embrionario,
donde todavía se dependía del extranjero para hacer frente a la demanda de
libros y las bibliotecas institucionales estaban en formación. Por otra parte,
también nos encontramos con el elevado precio de los mismos, aunque a lo largo
de la centuria su abaratamiento será considerable por “el aumento del número de ejemplares
por edición y la adopción de formatos más pequeños”[1].
A parte de la industria, el mercado del libro usado también estaba muy
extendido y con frecuencia se compraban
en encantes y almonedas, que tenían lugar con motivo de la muerte de sus
poseedores. En este caso la posibilidad de comprar libros a un precio asequible
era mayor. Por otra parte, no debemos olvidarnos de la importante censura que
ejercía la Inquisición sobre la cultura
en sus Index Librorum Prohibitorum,
donde llegaban a prohibir obras completas de numerosos autores. Estas medidas
dificultaron en parte el desarrollo intelectual, pero que se prohibiera, no
quería decir que no se leyera. Así como demuestra la profesora Inmaculada Arias
en su texto, encontramos libros prohibidos en
bibliotecas de personajes relevantes como Gaspar Melchor de
Jovellanos o incluso figuras como Juan Meléndez Valdés que tenía
permiso inquisitorial para leer libros prohibidos. Debemos tener en cuenta que
nos encontramos ante grandes bibliófilos y auténticos eruditos de su tiempo, ya
sean pertenecientes a la nobleza, el clero, funcionarios, académicos, científicos,
artistas o burgueses. Es impresionante adentrase en las inmensas bibliotecas
que poseían personajes como Fernando
José Velasco con 10.000 volúmenes, que según la profesora Inmaculada está
por estudiar, o José Nicolás de Azara con 5.772 volúmenes, estudiado por
Gabriel Sánchez Espinosa[2];
la figura del notable humanista Cándido María Trigueros que tenía una
biblioteca de 1.368 volúmenes y podía expresarse en francés, inglés e italiano
y escribía correctamente en latín, griego y hebreo[3].
Por otra parte, el texto pone de manifiesto, que estas personas no se limitaban
solamente a la colección de libros de su tiempo, sino que atesoraban
manuscritos e incunables de tiempos pretéritos, así como monedas, escapularios,
esculturas antiguas, pinturas, medallas, objetos de plata labrada, ropa de
ajuar, muebles etc. La profesora en el texto se sumerge en las diferentes
bibliotecas de numerosos personajes, y en ella encontramos una temática muy
variada y en multitud de idiomas, que en la inmensa mayoría de los casos iban
en sintonía con la profesión que ejercía esa persona. Por ejemplo, Inmaculada Arias analizó la
biblioteca del matemático Benito Bails. Así encontramos libros de Derecho,
Teología, Sagrada Escritura, Literatura, Historia, Geografía, Arte, Poesía,
Ciencia, Prensa, Libros de oración, Filosofía, etc. Un ejemplo de biblioteca especializada sería
la del matemático Benito Bails, estudiada por Inmaculada Arias[4].
A través de un análisis de este tipo de fuente, podemos hacer estudios muy interesantes sobre los intereses de esos bibliófilos, sobre sus gustos e inquietudes, sobre su nivel de formación, su ideología, sus carencias culturales, etc. Es un universo por descubrir, pues como dijo Gregorio Marañón: “Los libros que cada cual escoge para su recreo, para su instrucción, incluso para su vanidad, son verdaderas huellas dactilares de su espíritu”[5].
Otro aspecto interesante en relación, es que
el libro poseído no es necesariamente el libro leído. La posesión del libro
como demuestra el texto, era símbolo de poder y de cultura, de estatus social,
por lo que si la persona tenía poder económico, en su hogar encontraremos en
mayor o menor medida libros; esto como hemos visto anteriormente estaba íntimamente
ligado a su profesión. Al respecto, en la actualidad hay muchas personas que
tienen en sus casas colecciones de obras clásicas o grandes enciclopedias que
no han leído o consultado y no la poseen como símbolo de cultura, sino más bien
como un elemento decorativo y estético. De hecho se venden libros/cajas, que
solamente tienen la decoración y el título de la obra en el lomo, el resto es
una simple caja vacía. Cumpliendo éste la misma función que un auténtico libro,
pero a un coste mucho menor.
En relación, los días 26, 27 y 28 de marzo,
tuve la oportunidad de asistir al Simposio: La
Casa en la Edad Moderna, celebrado en la Universidad de Granada y en él la
profesora Inmaculada Arias, hizo una ponencia sobre Los Espacios de las Bibliotecas en el Antiguo Régimen. Fue realmente interesantísimo saber qué
espacios y lugares ocupaban los libros en las casas de los eruditos que hemos
citado anteriormente. No obstante, ésta línea de investigación plantea
numerosas dificultades para su estudio y según la profesora es un terreno
virgen que está por explorar.
Salvando las distancias, pero íntimamente
relacionado, Jesús Marchamalo en su obra: Donde
se guardan los libros[6]
analiza las bibliotecas de veinte reconocidos autores españoles contemporáneos. Cada uno habla de cómo se relaciona con los libros, del
orden y su ubicación en los estantes, de las lecturas que en su momento le
fueron decisivas o de cómo su biblioteca se ha ido construyendo con el tiempo,
a veces de manera no pensada y caprichosa.
Para concluir, he de decir que el texto y
toda la cultura entorno al libro durante el Antiguo Régimen me ha parecido
apasionante. Entre otras cosas, porque, me considero un gran bibliófilo y siempre
me ha interesado conocer el desarrollo
que ha tenido el libro desde la invención de la imprenta hasta nuestros días. La
profesora Inmaculada Arias analiza, compara e interpreta de forma magistral la
información que nos expone.
Bibliografía
ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, I., (2003): Ciencia e Ilustración en las lecturas de un
matemático: La Biblioteca de Benito Bails. Granada. Edit Universidad de
Granada.
̶ (2009): “Libros, lectores y bibliotecas
privadas en la España del siglo XVIII”. En Chronica Nova nº 35,
Universidad de Granada, pp. 15-61.
MARCHAMALO,
J., (2011): Donde se guardan los libros.
Madrid, Edit Siruela.
SÁNCHEZ
ESPINOSA, G., (1997): La Biblioteca de
José Nicolás de Azara. Madrid. Edit. Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando.
Recursos electrónicos
[1]
ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, I. (2009): “Libros, lectores y
bibliotecas privadas en la España del siglo XVIII”, Revista
de Historia Moderna de la Universidad de Granada: Chronica Nova nº 35, p. 26.
[2] SÁNCHEZ ESPINOSA, G., (1997): La Biblioteca de José Nicolás de Azara,
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.
[3] ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, I., (2009): Libros, lectores y bibliotecas privadas en la España del siglo XVIII...op.cit.,
p. 59.
[4]
ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS,
I., (2003): Ciencia e Ilustración en las
lecturas de un matemático: La Biblioteca de Benito Bails, Granada.
[5] Citado por ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, I., (2009): Libros, lectores y bibliotecas privadas en la España del siglo XVIII...op.cit.,
p. 31.
[6] MARCHAMALO, J. (2011): Donde se guardan los libros, Edit
Siruela, Madrid.
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