domingo, 8 de marzo de 2015

LOS AVANCES TECNOLÓGICOS EN LA AGRICULTURA Y SU INFLUENCIA EN LA SOCIEDAD MEDIEVAL




Desde el Período Neolítico hasta hace más o menos dos siglos, la agricultura ha sido la base de casi todas las demás ocupaciones del hombre. Antes de fines del siglo XVIII probablemente no existía ninguna comunidad establecida en la que por lo menos nueve décimas partes de la población no estuviesen directamente dedicadas a tareas rurales. Gobernantes y sacerdotes, artesanos y mercaderes, eruditos y artistas, formaban una minúscula minoría de la humanidad que descansaba sobre los hombros de los campesinos. Dadas estas circunstancias, cualquier cambio perdurable en el clima, fertilidad del suelo, tecnología o demás condiciones que afectaban a la agricultura, podían modificar a la sociedad entera: población, riqueza, relaciones políticas, tiempo libre y expresión cultural.


El arado y el sistema solariego



El arado significó la primera aplicación de energía no humana a la agricultura. El arado más antiguo consistió esencialmente en un grueso palo excavador, arrastrado por un par de bueyes. Pero este tipo de arado y de cultivo no resultaba muy adecuado en muchas zonas del Norte de Europa. Esa zona europea tuvo que crear una nueva técnica agrícola y, antes que nada, un nuevo tipo de arado.

A diferencia del arado liviano, el arado pesado tiene tres partes funcionales. La primera es una reja o cuchilla pesada, insertada en el travesaño o "cama” del arado, que corta los terrones hundiéndose en ellos verticalmente. La segunda es una reja chata que forma ángulo recto con la anterior y que corta a ras la tierra, horizontalmente. La tercera es una vertedera destinada a rebatir los terrones hacia la derecha o la izquierda, según su posición.

  La agricultura en la Europa septentrional, reunía tres ventajas:

* El arado  pesado era una máquina agrícola que reemplazaba energía y tiempo humano por energía animal.
  * El nuevo arado tendió a modificar la forma de los campos en el Norte de Europa, que pasaron a ser alargados y estrechos, con un corte vertical ligeramente redondeado en cada franja, lo que contribuía eficazmente al mejor avenamiento de los campos en aquel clima húmedo.
  * Sin este arado resultaba difícil explotar las densas y ricas tierras bajas de aluvión.

  El ahorro de mano de obra campesina, junto con las mejoras introducías, se combinaron para expandir la producción y facilitar esa acumulación de excedentes de alimentos que presuponen el crecimiento demográfico, la especialización de funciones, la urbanización y el aumento del tiempo libre.

Pero el arado pesado, según Bloch: desempeñó un papel decisivo en la remodelación de la sociedad campesina del Norte. El solar (manor) como comunidad cooperativa agrícola fue característico de regiones donde se utilizaba el arado pesado y parece haber existido una relación causal entre arado y solar.

El utillaje agrícola



Todo parece indicar que el utillaje agrícola no varió sustancialmente desde la caída del Imperio Romano de Occidente hasta el siglo XVIII, con excepción del arado, sin embargo, este utillaje sí conoció algunos perfeccionamientos significativos, lo que se encuentra en relación con una creciente utilización del hierro en su elaboración.

Para la siega se utilizaban la hoz y la guadaña. El trabajo de la hoz era más lento y pesado que el de la guadaña, pero tenía sobre ésta la ventaja de que, una vez concluida la siega, el ganado podía alimentarse con el tallo que aún permanecía en el suelo. La guadaña estuvo ligada, generalmente, a la siega del heno de los prados.

El instrumental para la recolección se completaba con algunos útiles que facilitaban el manejo del grano y de la paja, como rastrillos, horcas y bieldos, realizados enteramente de madera.

 Por último, la trilla se realizaba mediante el pisoteo de las espigas por parte de una pareja de bueyes o de caballos o, más frecuentemente, con el mayal.

El instrumental agrícola de época carolingia era en su práctica totalidad de madera, siendo sólo de metal las hojas de las hoces y guadañas y de las hachas. Esta circunstancia era la causa principal de que muchas tierras permanecieran incultas, ya que el utillaje de madera no podía vencer la resistencia de los suelos húmedos y pesados.
 
Normalmente eran los propios campesinos quienes elaboraban los útiles de madera (mayales, horquillas, bieldos) y los accesorios de este material (mangos), obteniendo la materia prima en los bosques comunales.

Para las tareas de cava y de laboreo de los suelos se utilizaban, principalmente, azadas, legones, palas, layas y gradas, además del arado, que era el útil de trabajo de la tierra por excelencia.

La grada o rastrillo era utilizada para la preparación de los campos para la siembra y para cubrir la simiente. Sin embargo, al ser un instrumento caro, a lo largo de la Edad Media sólo fue utilizada con regularidad en algunas comarcas de la Europa occidental.

El descubrimiento del “caballo de fuerza”
  La vasta aplicación del arado en Europa septentrional no fue más que el primer aspecto importante de la revolución agrícola en la Alta Edad Media. El segundo paso consistió en la creación de un arnés que, junto con la herradura de clavos, convertiría al caballo en una ventaja tanto económica como militar.

En el siglo XI las ventajas de la herradura debían de ser tan notorias para el campesino como para el señor y que los campesinos podían costear el hierro necesario para aquella. Pero aún el caballo herrado era de escasa aplicación para trabajos de arada o de transporte.

El arnés moderno consiste en una rígida collera almohadillada que descansa sobre los hombros del caballo de manera que le permite la libre respiración. Esta collera va unida a la carga, ya sea mediante tirantes laterales o por medio de varas, de suerte que el caballo puede contribuir con todo su peso a la fuerza de tracción.

No sólo el trabajo de la arada, sino también la velocidad y los gastos del transporte terrestre se modificaron profundamente en favor de los campesinos al introducirse el nuevo arnés y las nuevas herraduras con clavos. Entonces comenzaba a brindárseles la posibilidad de pensar menos en función de subsistencia y más en un excedente de cosechas rentables.

Ya muy avanzada la Edad Media, esa “urbanización” de los trabajadores agrícolas echó las bases para un cambio de foco de la cultura occidental, que se desplazó del campo a la ciudad y que ha sido tan notorio en siglos recientes.

Son evidentes las ventajas personales de tal concentración: un caserío compuesto de cinco a diez casas llevaba una vida restringida. En una gran aldea no sólo se contaría con una mejor defensa en caso de emergencia, sino que además habría una taberna, una iglesia, en ocasiones una escuela, y con toda seguridad más pretendientes para las hijas, y, en vez de buhoneros con sus fardos, mercaderes con carretas y noticias de lugares distantes.

La rotación de tres campos y el mejoramiento de la nutrición
El sistema de rotación de las cosechas en tres campos ha sido calificado como “la más destacada novedad agrícola de la Edad Media en Europa Occidental” que aparece bruscamente a fines del siglo VIII.

Ciertos productos se cosechan en verano y debían sembrarse en primavera, pero la misma lista de esos productos-mijo, panizo, ajonjolí, salvia, berro de invierno, lentejas, garbanzos, alica- comparada con su lista de productos de invierno-trigo, espelta, cebada, habas, nabos y nabas-, demuestra la escasa importancia que tenía la siembra de primavera.

Donde regía el plan de tres campos, la tierra labrantía se dividía aproximadamente en tercios. En la primavera siguiente se sembraban, en el segundo campo, avena, cebada, guisantes, garbanzos, lentejas o habas. El tercer campo se dejaba en barbecho. Al año siguiente, en el primer campo se sembraban cultivos de verano, el segundo campo se dejaba en barbecho y en el tercero se sembraban granos de invierno.
En los siglos VIII, IX y X se hacían solamente tres aradas durante el ciclo total de tres años. Pero hacia el siglo XII, a más tardar, tanto en el sistema de dos campos como en el de tres se había comprobado la ventaja de arar dos veces la tierra en barbecho, a fin de impedir el crecimiento de malezas y mejorar la fertilidad. La difusión del sistema trienal dio entonces gran impulso a la roza: se talaron bosques, se desecaron pantanos y los diques rescataron tierras ganadas al mar.

El nuevo plan de rotación, brindaba varias ventajas. En primer lugar, aumentó en un octavo la superficie que un campesino podía cultivar e incrementó su productividad en un 50 %. Segundo, el nuevo plan distribuyó más uniformemente a lo largo del año los trabajos de la arada, siembra y recolección, aumentando así el rendimiento de la labor. En tercer lugar, redujo considerablemente la probabilidad de hambruna al diversificar los cultivos y al someterlos a diferentes condiciones de germinación, crecimiento y siega. Pero la cuarta ventaja, acaso la más significativa, consistió en que la siembra de primavera, aspecto esencial de la nueva rotación, multiplicó sensiblemente la producción de ciertos cultivos que revestían especial importancia.

La extensión de los molinos en la agricultura



La Edad Media constituyó una etapa capital en la historia de las conquistas de las fuentes de energía: fue la época en que los hombres aprendieron a dominar la fuerza hidráulica para hacer de ella la auxiliar de su trabajo. En este sentido, la difusión del molino de agua, con sus numerosas aplicaciones, representó una revolución técnica de gran alcance.

Fue en el alba de la Edad Media cuando el molino de agua comenzó a difundirse en las campiñas de Europa Occidental. Pero, hasta comienzos del siglo X , aproximadamente, su difusión fue muy lenta. El gran avance se produjo entre los siglos X y XII.

La revolución agrícola en la Alta Edad Media se limitó a las llanuras del Norte, donde el arado pesado resultaba adecuado para los suelos ricos, donde las lluvias de verano permitían una abundante siembra de primavera y donde la cosecha de verano servía de alimento a los caballos que debían tirar del arado pesado. En esas llanuras se desarrollaron las características distintivas del mundo de la última época medieval y del mundo moderno. Los mayores beneficios que el campesino del Norte obtenía de su labor elevaron su nivel de vida y, por consiguiente, su capacidad adquisitiva de productos manufacturados. Esto le proporcionó excedentes de alimentos que, desde el siglo X en adelante, permitieron a su vez una rápida urbanización. En las nuevas ciudades surgió una clase de artesanos especializados y mercaderes, los “burgueses”, que pronto lograron alcanzar el dominio de sus comunidades y crearon una forma de vida nueva y características: el capital democrático. Y en este nuevo contorno germinó el rasgo predominante del mundo moderno: la tecnología de la fuerza mecánica.

Bibliografía
BONNASSIER, P. (1983): Vocabulario básico de la Historia Medieval. Barcelona.
CANTERA MONTENEGRO, E. (1997): La agricultura en la Edad Media. Madrid.
WHITE, L. (1973): Tecnología medieval y cambio social. Buenos Aires.

Recursos electrónicos

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