domingo, 22 de marzo de 2015

LAS MONJAS, ESPOSAS DE CRISTO

Es importante tener en cuenta que la clase social también determinaba el tipo de vida religiosa a la que se tenía acceso, los primeros conventos estaban fundados en su mayor parte por reyes o nobles para sus propias familias y las mujeres de su mismo rango, por lo que las monjas eran a menudo las hermanas, las tías e incluso las madres. La relación de la nobleza con la fundación y la protección de conventos, la atracción de religiosas y el nombramiento de superioras influyó sobre la posición económica, social e incluso política de estas comunidades, mientras que las personalidades de sus residentes reflejaban la agradable conciencia que tenían de su propia importancia en la sociedad de su tiempo.




  Las superioras eran por lo general mujeres de nivel social elevado, acostumbradas al poder por derecho propio y que disfrutaban ejerciéndolo. Una abadesa o una priora, tenía la responsabilidad de gobernar su propia comunidad y representarla donde fuera necesario en asuntos externos. Como superioras, eran presa de tres tentaciones importantes, que podían perjudicar a su casa. Podían vivir con un lujo y una independencia excesivos con respecto a la vida común, podían gobernar despóticamente sin consultar a las demás monjas y finalmente, podían emponzoñar la atmósfera de la casa mostrando un claro favoritismo hacia algunas monjas. Incluso un cargo secundario como el de despensera, tenía sus propias tentaciones. El deber de la despensera era ser responsable de todo lo relacionado con la producción y el aprovisionamiento de alimentos para el convento. Algunos conventos eran mucho más grandes y ricos, muchos eran, en cambio, muy pequeños y podían ser pobres.
 
En los siglos XII y XIII algunos padres que no tenían mucho dinero siguieron fundando conventos pequeños, en busca de lugares adecuados para depositar a las hijas superfluas. A veces una viuda acomodada podía crear un convento o, al final de su vida, entrar en uno con el cual se hubiera mostrado especialmente generosa. Muchas de las jóvenes destinadas a la vida religiosa, sobre todo en los primero siglos, eran ingresadas en un convento de pequeñas, recibían más o menos formación dependiendo de la calidad de la casa y finalmente pasaban con relativa facilidad a ser miembros plenos de la comunidad, cuya vida era lo único que realmente había conocido jamás.

A partir del siglo XIII se hacía más hincapié en que las propias jóvenes eligieran libremente la vida conventual. No obstante, muchas mujeres medievales se encontraron metidas en conventos por razones que nada tenían que ver con lo religioso. A menudo la disciplina les resultaba difícil y aburrida y la evitaban siempre que era posible aunque sin causar un escándalo. El resultado fue una mediocridad generalizada y sin inspiración con una actitud cada vez más secular.

A lo largo del siglo XIII se hicieron esfuerzos por mantener a las monjas enclaustradas y evitar que salieran. Sin embargo, a pesar de la esperanza de muchos eclesiásticos de que las monjas fueran sumisas, calladas e invisibles dentro de sus conventos, la realidad era a menudo muy distinta y mucho más interesante.



La corriente antifeminista que se desarrolló en las órdenes religiosas más nuevas quedó de manifiesto de forma brutal a finales del siglo XIII. Esta nueva orden había traído la imaginación religiosa de muchas mujeres de ciudades del norte de Francia y había hecho que se desarrollaran comunidades femeninas muy grandes, a menudo en monasterios dobles. Los papas intentaban proteger los derechos de estos miembros femeninos, pero para los hombres, las monjas eran simplemente una carga económica.



Con el advenimiento de los frailes y su enorme popularidad, las mujeres también trataron de unirse a estas nuevas órdenes, pero con poco éxito. Para la mentalidad medieval era inconcebible que las mujeres llevaran la vida esencialmente errante de los frailes. Para la mayoría de las autoridades eclesiásticas la vida religiosa adecuada para las mujeres era el enclaustramiento en un convento donde podían estar a salvo de las distracciones y las tentaciones del mundo.

A lo largo de la Edad Media hubo modas en las órdenes religiosas, como las había en el vestido o en los estilos de construcción de castillos[1].

La vida cotidiana de una monja en la Edad Media

  La vida cotidiana de las monjas en un convento medieval giraba en torno a tres votos fundamentales: pobreza, castidad y obediencia.

La vida de las monjas medievales se dedicó a la oración, la lectura y el trabajo en el convento. Además de su asistencia a la iglesia, las monjas pasaban varias horas rezando y meditando. Pese a que las mujeres en la Edad Media no solían recibir ninguna educación, en ocasiones a las monjas se les enseñaba a leer y escribir. La educación de las monjas estuvo muy regulada por la jerarquía eclesiástica.



Las tareas de las monjas en el convento eran bastante variadas:
-        Lavar y cocinar para el convento.
-        Cultivo de verduras y grano.
-        Producción de vino, cerveza y miel.
-        Proporcionar atención médica a la comunidad.
-        Proporcionar educación a las novicias.
-        Hilar, tejer y bordar.
-        Iluminación de manuscritos.
No todas las monjas tenían unas tareas tan duras en el convento, ya que las monjas pertenecientes a familias de la nobleza solían tener trabajos más ligeros como el hilado, el bordado o la costura. También había mujeres laicas que eran las hermanas legas, las cuales se encargaban de los trabajos manuales junto con las monjas.

Las monjas ocupaban diversos cargos dentro del convento o monasterio, algunos de los puestos más importantes fueron:
-        La abadesa, que estaba a la cabeza de la abadía, era elegida por los miembros de la comunidad muchas veces de por vida y otras, durante un período de tres o cuatro años, dependiendo de la orden.
-        La limosnera era una monja encargada de distribuir limosnas a pobres y enfermos.
-        La bolsera era la monja encargada de supervisar el aprovisionamiento de suministros al monasterio.
-        La enfermera, la monja encargada de la enfermería y de cuidar a los otros miembros enfermos del convento.
-        El sacristán era la monja responsable del depósito de libros, vestiduras y materiales para el mantenimiento del convento.
-        La priora en un convento era la diputada de la abadesa o también la superiora de un convento que no tenía condición de abadía.

La rutina diaria de las monjas estaba regida por el Libro de las Horas, este fue el libro de la oración principal y se dividía en ocho secciones u horas, que estaban destinadas a ser leídas a determinadas horas del día en el convento.



Cada sección contenía oraciones, salmos, himnos y lecturas destinadas a ayudar a las monjas a asegurarse la salvación. Cada día estaba dividió en ocho, comenzando y terminando con rezos en la iglesia del convento. Estos fueron los tiempos especificados para el rezo del oficio divino, que es el término utilizado para describir el ciclo de las devociones diarias. Los tiempos de estas oraciones recibieron los siguientes nombres:
-        Laudes era el servicio de la mañana, aproximadamente a las 5 a.m.
-        Maitines era el servicio de la noche recitado a las 2 a.m.
-        Prima era el servicio de las 6 a.m.
-        Tercia era la segunda de las Horas Menores del Oficio divino, recitada a la tercera hora (9 a.m.).
-        Sexta era la tercera de las Horas Menores del Oficio divino, recitada a la hora sexta (mediodía).
-        Nonas era la cuarta de las Horas Menores del Oficio divino, recitada a la hora novena (3 p.m.).
-        Vísperas era el servicio de la tarde del oficio divino recitado antes del anochecer (16:00-17:00).
-        Completas era el último de los servicios del día del oficio divino, recitado antes de que las monjas se retiraran a sus respectivas celdas (18:00).
Las monjas tenían que dejar el trabajo que estaban realizando para asistir a los servicios diarios[2].

La ropa de las monjas en la Edad Media
  El color de los hábitos y el nombre que recibían dependían de la orden a la que pertenecieran. Las primeras monjas benedictinas llevaban hábitos blancos o grises. Sin embargo, el paso del tiempo convirtió al negro en el color predominante de los ropajes. Otras monjas medievales adheridas a otras órdenes más estrictas que la benedictina llevaban simples ropajes de lana para proclamar su pobreza. Estos ropajes solían ser de color marrón o blanco grisáceo.



  Cada monja tenía dos hábitos, dos tocas y dos velos, un escapulario, un par de zapatos y unas medias. El hábito adicional permitía el cambio en caso de lavado del otro. Las prendas que solían formar el uniforme de las monjas era:
-        El hábito atado a la cintura mediante un cinturón de tela o cuero.
-        La escápula, iba encima de la túnica. La escápula era una pieza larga de lana que se colocaba sobre los hombros, tenía una apertura para la cabeza. La parte frontal de la escápula iba fijada con un trozo de tela rectangular.
-        La toca y el velo que iban unidos a la escápula.
-        Los cilicios, algunas monjas extremas se impusieron el sufrimiento mediante cilicios colocados bajo sus hábitos.
-        Algunas monjas también llevaban una cadena con una cruz al cuello.

Al entrar en el convento, las monjas solían raparse la cabeza y después la ocultaban con la toca o el velo[3].

Bibliografía
Wade Labarge, M. (1986): La mujer en la Edad Media, Madrid

Recursos electrónicos
http://www.middle-ages.org.uk/daily-life-nun-middle-ages.htm



[1] WADE LABARGE, M. (1986): La mujer en la Edad Media, Madrid, pp. 131-147.

[2] http://www.middle-ages.org.uk/daily-life-nun-middle-ages.htm
[3] http://www.middle-ages.org.uk/nuns-clothes-middle-ages.htm
Ana Sánchez Delgado

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