martes, 10 de febrero de 2015

LOS MERCADOS EN LA EDAD MEDIA

A pesar de considerar tradicionalmente la época medieval como un momento de crisis es durante Plena Edad Media cuando se pone de manifiesto un importante renacimiento agrario, mercantil y urbano, por lo que se manifiesta con fuerza una importante revolución comercial y se definen nuevas áreas comerciales, se abren más mercados y ferias y se ponen en circulación nuevas y más potentes monedas suponiendo con ello un crecimiento de las ciudades[1].

La comercialización de productos era la razón de ser de la ciudad medieval, esta actividad tenía lugar en una ubicación distinta según el
tipo de ciudad. En las ciudades de crecimiento orgánico el mercado ocupaba una plaza destinada a este único fin, situada normalmente en el centro urbano o en sus inmediaciones y poseían un carácter netamente comercial, donde los vendedores exponían sus productos más cómodamente[2]. En las ciudades planeadas el mercado se sitúan en el ensanchamiento de la calle principal rodeado por calles en sus cuatro lados. En la Europa continental era usual que los edificios que rodeaban la plaza tuvieran la misma altura y estuvieran unidos en la planta baja mediante soportales, bajo los cuales las calles se prolongaban frecuentemente a lo largo de la plaza. Es característico que la mayoría de las plazas tuvieran mercados cubiertos, a veces en dos plantas.



Las labores comerciales y artesanales desarrolladas en las calles determinaban, en gran medida, el paisaje urbano de la época y hacían de dichas vías un mercado permanente. Las tiendas y talleres adquirieron hacia la calle una disposición particular rodeadas de largos bancos de piedra o de madera, mostradores de uso comercial donde se exponían los productos para su venta. El sistema, extendido por toda Europa occidental, presentaba la ventaja de facilitar la compra al cliente, pero llevaba aparejados problemas como podían ser el robo fácil y la obstaculización del tránsito viario. Ciertas profesiones llegaron incluso a colocar en plena vía pública sus materias primas como los útiles, banquetas, perchas para secar paños, pieles, etc. y realizaban allí diversas operaciones.

A esto habría que añadir la presencia de tenderetes y puestos ambulantes que cada día, y especialmente en los de mercado eran colocados en las principales calles de la ciudad por un nutrido grupo de campesinos y pequeños comerciantes que, eventualmente, iban a vender los productos por ellos mismos elaborados. Vendedores que llevaban su carga sobre los animales o sus hombros, y vendían en pequeños caballetes de tabla o en el suelo que cada día surtían a la ciudad de legumbres, leche, hierbas medicinales o pescado.



Es lógico pensar que todo este mundo colorido, abigarrado y carente de una reglamentación bien definida provocara multitud de problemas circulatorios en las calles más importante y concurridas de las ciudad y obligará a la justicia municipal a intervenir en reiteradas ocasiones para tratar de conservar el buen estado de los pavimentos y la calzada y la libre circulación de hombres, animales y carros por el casco urbano[3].

Los mercados eran reuniones semanales, quincenales en algunas ocasiones, que se limitaban a un día, o incluso medio. Por lo tanto, las reuniones semanales estaban volcadas a satisfacer el comercio intrarregional o interior destinados a los artículos de primera necesidad, sobre todo alimentos y productos de artesanía elaborados por los campesinos. Pero ello no impide que aparecieran otro tipo de mercaderías como los denominados productos de lujo como eran los productos extranjeros o los escabeches, pescados frescos y ultramarinos. Además de ello, también se daba el comercio ganadero en una triple vertiente: equino, caprino y porcino[4].Estos productos eran trasladados desde la distancia, a menudo a través del agua, para abastecer a los mercados rurales y urbanos. Todos los grandes propietarios de tierra estaban presentes en los mercados urbanos.



Como ya hemos comentado, los mercados semanales estaban destinados a las necesidades locales, ya que con la falta de un mercado estable, de lunes a domingo, las ciudades no se abastecían de frutas, caza, aves, verduras, huevos e incluso de algunos productos manufacturados. Esta presencia del mercado está bien documentada en las ciudades de italianas, las cuales se abastecían diariamente de bienes como pescado, carne, etc. Sin embargo, la demanda del mercado urbano no solo estaba dedicada a los productos alimenticios, sino también a la demanda de productos para la industria, tales como colorantes[5].

En las transferencias de bienes en el mercado el instrumento de cambio era la moneda, la más utilizada era la de vellón, que era la moneda de los intercambios cotidianos como pan, vino, leche, etc. y la moneda de plata era la utilizada por los mercaderes y para las transacciones en el mercado.[6]



El mercado era un lugar muy vigilado, por lo que existía un oficial o inspector del mercado, que recibía el nombre de almotacen, el cual se encargaba de la política de pesos y medidas del mercado y por el cargo que ocupaba se le reconocían ciertos derechos.

Una de las máximas del mercado medieval era la prohibición de la reventa. Gran cantidad de preceptos, en reglamentos y ordenanzas, proclaman la perseverante preocupación de las autoridades para que el abastecimiento de todas las mercancías precisas, y sobre todo de las subsistencias, llegaran siempre a los vecinos y moradores directamente de los productores, o de los encargados de la venta designados por el consejo, y así eliminan a intermediarios particulares.

El deber del comerciante en las ciudades medievales radicaba en la obligación de proveer a los habitantes sujetándose en los principios normativos. De esta política surgió una de las instituciones mercantiles más conocida, que obligaba a los mercaderes transeúntes a detenerse en la ciudad durante cierto tiempo y a que, sólo al expirar el plazo indispensable para el aprovisionamiento, pudieran retirar las mercancías no vendidas. El mismo principio obligaba a los vendedores locales a no cerrar sus tiendas mientras tuviese mercancía en venta y fueran demandadas. Para lograr el fiel cumplimiento de los preceptos referentes a la prohibición de la reventa y a la demanda del precio justo, el almotacen percibía caza en los frecuentes casos de infracción.

Tuvo también a su cargo la corrección de todas las faltas cometidas en la venta de mercancía mezclada y adulterada, así como en la manipulación del peso de los productos. Por último, el almotacén se encargaba de que se cumplieran las normas de higiene y el aseo urbano en el mercado.

Aparte de estas manifestaciones del gran comercio y de los tenderos ligados a aquel, existía un comercio ambulante de menor escala, ejercitado por los llamados regateros o regatones que negociaban al menudeo. Se trataba de gente que compraba a productores o almacenistas su mercancía una vez abastecida la ciudad, después de las obras de mercado, a más bajo precio que el ordinario, con intención de venderla a los consumidores, especialmente a quienes no pudieron acudir al mercado[7].

En conclusión, los mercados han ido evolucionando a lo largo de la historia, desde simples mercadillos hasta grandes mercados, que incluso algunos llegaron a formar ferias anuales, que se celebraban en las grandes e importantes ciudades. Estos mercados constituían una red comercial, que desembocaba en las ciudades y en las zonas rurales, para el abastecimiento de los ciudadanos. Fue un lugar muy cosmopolita, donde se reunían una gran cantidad de comerciantes y mercaderes de diversas regiones para intercambiar productos. Por ello el mercado fue un lugar muy importante en la vida de la Edad Media.


Bibliografía:

CHERUBINI, G. (1994): “Il mercato nell’Italia medievale”. Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, 10, pp. 35-46.
CÓRDOBA DE LA LLAVE, R. (1994): “Las calles de Córdoba en el siglo XV; Condiciones de higiene”. Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, 10, pp. 125-168.
COVARRUBIAS, I (2004): La Economía Medieval y la emergencia del capitalismo.
MEDIANERO HERNÁNDEZ, J. Mª (2004): Historia de las formas urbanas medievales, Sevilla, Universidad de Sevilla.
PÉREZ ÁLVAREZ, Mª J. (1998): Ferias y mercados en la provincia de León durante la Edad Moderna, León.
Recursos electrónicos
es.wikipedia.org



[1] COVARRUBIAS, I (2004): La Economía Medieval y la emergencia del capitalismo, pp. 36.
[2] MEDIANERO HERNÁNDEZ, J. Mª (2004): Historia de las formas urbanas medievales, Sevilla, pp. 74.
[3] CÓRDOBA DE LA LLAVE, R. (1994): “Las calles de Córdoba en el siglo XV: condiciones de circulación de higiene”. Anales de la universidad de Alicante. Historia medieval, 10, pp. 125-168.
[4] PÉREZ ÁLVAREZ, Mª J. (1998): Ferias y mercados en la provincia de León durante la Edad Moderna, León, pp. 28-40.
[5] CHERUBINI, G. (1994): “Il mercato nell’Italia medievale”. Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, 10, pp. 35-46.
[6] COVARRUBIAS, I (2004): La Economía Medieval…, pp. 75.
[7] CARANDE, R. (1982): Sevilla, fortaleza y mercado. Las tierras, las gentes y la administración de la ciudad en el siglo XIV, Sevilla, Diputación provincial de Sevilla, pp. 119-125.
Noemí Raposo Gutiérrez

No hay comentarios:

Publicar un comentario